Opinión
-La guerra de los "egos"
Por Malú Kikuchi
El “ego” (YO en latín), se define como la falsa idea que uno tiene de si mismo. Por supuesto, una idea que mejora la realidad, ya que el “ego” siempre se cree mejor de lo que es.
Nuestros políticos gozan de un “ego” sobre alimentado, con expectativas desmesuradas que no se condicen con los hechos y no les permite acuerdos racionales, ni posibilidades de alternancia ciertas.
El casi insoluble problema argentino es que si los políticos de cualquier partido (dentro de las reglas de la república), no llegan a algún tipo de entendimiento entre ellos, los K se eternizan en el poder, ganando, aunque sea por poco, las elecciones por venir.
Los partidos son indispensables en una democracia sana y así lo establece la Constitución Nacional. Son las partes que representan las distintas maneras de pensar de los ciudadanos, partes que sumadas, hacen al todo que es la nación.
Hay veces, y esta es una de ellas, en que las partes deben acercarse para equilibrar un poder omnímodo. Argentina ya no es una república, la división de poderes es virtual, y sólo importa el ejecutivo. En el legislativo tienen la mayoría y el poder judicial es manejado desde el Consejo de la Magistratura. El gobierno se reduce a la voluntad de los dos presidentes: Ella y El.
Imaginar algo diferente, algún cambio positivo de parte del gobierno de los K, es una utopía inalcanzable. Ni hay respeto por las instituciones ni por el estado de derecho. Ya no importa lo que haga o deje de hacer el matrimonio K; las esperanzas y los reclamos deben centrarse en la oposición. ¿Pero qué es, quienes son la oposición?
La oposición, todo político que se opone a los K, además de trabajar como crítico del quehacer gubernamental, ¿qué propone para solucionar los infinitos problemas argentinos? Criticar es fácil, explicar cómo y de qué manera se puede construir una Argentina equitativa, previsible, decente, educada, sana, responsable y seria, es otra historia. Una historia que todavía no ha transitado la oposición.
Los partidos de la oposición, los tradicionales y los nuevos, por separado no llegan a ninguna parte. Más que partidos son fracciones y la Coalición Cívica como 2ª fuerza, sólo llega al 16% de los votos. Argumento irrebatible para sumar opositores.
Y acá empieza la guerra de los “egos”. En cuanto asoma la posibilidad de un conato de acuerdo entre dos o más partidos, algunos no son capaces de poner las necesidades del país por encima de los intereses personales o partidarios. Todos tienen un límite. Fulano no, porque… y Mengana no, porque… Pequeñeces imperdonables.
La política sigue siendo el arte de lo posible. Es imposible pretender estar de acuerdo en un todo con el otro; las diferencias deben acercarse, hay que trabajar a partir de las coincidencias. Insistir en las ideas comunes, ceder, transigir, consentir, acordar con el otro. Dejar de lado el “ego”.
Nadie es dueño de la verdad absoluta, y acercar posiciones no significa ser derrotado: es ganar consenso para alcanzar algo mayor, algo que trascienda lo partidario para bien del país.
Mientras algunos hacen grandes esfuerzos para acordar puntos básicos de entendimiento, otros, desde dentro de los mismos partidos que intentan el acercamiento, le dicen que no al acuerdo y pretenden imponer nombres, listas, supremacías. Argentina, mientras, sigue en manos de los K.
La imposición de ideas, nombres, listas y sistemas, es un activo imposible de disputarle al gobierno. Eso, que está muy mal, el gobierno lo hace muy bien; impone y se impone. Los opositores no deben intentar hacer lo mismo.
Los partidos de la oposición deberían saber que un “ego” enorme (¡váyase a saber por qué lo tienen enorme!) distrae la atención del objeto y la centra en el sujeto. Se dejan de discutir políticas y se pasa a discutir políticos. Además, un “ego” inflado, automáticamente descalifica al otro. Y así no hay consenso posible.
Mientras los “egos” disputan y discuten nimiedades, los K manejan al país como propiedad privada sin respetar la propiedad privada de los demás. La corrupción asombra hasta a los argentinos que ya no se asombran por nada. Los órganos de control son restringidos al máximo y pasan a ser sólo siglas inoperantes, todo por decisión de los K.
Argentina está virtualmente en default, una vez más. El 14/11/08, el riesgo país llegó a 1944 puntos. Kirchner gobierna, Cristina hace de Chirolita ilustrada. Argentina alberga 11.500.000 de pobres y soporta estadísticas oficiales mentirosas. En plena crisis, la propia más la internacional, no tiene crédito y el mundo la ningunea. Los K lo hicieron.
La oposición, en vez de acordar sobre puntos tan básicos como el preámbulo de la Constitución Nacional, discute el sexo de los ángeles e insiste en quien es más importante y quien merece más de algo que todavía no existe: un mínimo acuerdo programático.
En “La guerra de los Roses” (novela de Warren Adler llevada al cine por Danny de Vito 1989), los protagonistas mueren peleando por la casa que se disputan. Ojalá la guerra de los “egos” no termine con la muerte política de los partidos, que acá no se disputa una casa cualquiera; acá la puja es por la salvación de la casa de todos, la casa común que es Argentina.
P.D. Parafraseando a Marx (¡qué mal que estamos para citarlo!), “¡opositores argentinos, uníos!”.
ASI SOY YO
TITO, EXCELENTE ASADOR DE TRUCHAS
lunes, 17 de noviembre de 2008
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